domingo, 28 de febrero de 2010

Sobre el ajolote


La lengua del ajolote pretende ser un espacio, a modo de cuaderno de bitácora, elaborado, básicamente, a partir de ciertas dudas y absoluciones de curiosidades lingüísticas, que, a lo largo de mis felices y aciagos días, han acontecido y, felizmente, siguen aconteciendo o, en todo caso, sigo percibiendo en esta batalla y quehacer cotidianos por aprehender mi(1) lengua. No soy ningún quijote de la lengua que se enfrenta a gigantes molinos ―no, claro que no, aunque, ciertamente, lo confieso, no me disgustaría ser un personaje de cuento o de novela, llamado el Ajolote, un ser tan extraño, incluso «feo», y, a su manera, bello(2)―, pero, sí, como él, tengo tantas ganas, voluntad y sueños. Me alegra el hecho de que, pese al transcurso de los años, el laberinto lingüístico me siga siendo tan intrigante y apasionante, y, a propósito de esto, por cierto, resulta increíble, pero, a la vez, muy comprensible que se suela prestar a la lengua tan poca o ninguna atención; lengua de la que, como instrumento, por decir lo menos, hacemos, desde muy temprano, constante uso, coloquial, «culto» en ocasiones y otras veces bárbaro, y que, aunado al uso de los demás hablantes, hacen de esta lengua una entidad tan pujante y viva.

Por otro lado, esta bitácora cibernética también tiene el propósito de procurar absolver, en la medida de mis posibilidades, las dudas o consultas que ustedes tengan el interés de plantear. Pronto escribiré algunas apostillas acerca del nombre de este cuaderno. Bueno, queridos ajolotes, la tribuna está abierta… ¡Bienvenidos, pues, a La lengua del ajolote!
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1 Digo «mi» en el sentido no de pertenencia o necesaria identificación con todo su espíritu, sino de posesión, de aspiración a tomar en mis manos las palabras, con la finalidad, cuasi ambición, de poder decir, finalmente −aunque no creo que llegue ese día−, lo que quisiera decir. No obstante, por otro lado, tal vez sea mejor decir, sin que de esto resulte una paradoja, que, en buena medida, es la lengua la que, socialmente, nos toma y penetra, y no somos nosotros, aunque no seamos, en absoluto, agentes pasivos, quienes la hacemos nuestra.
2 Véase la foto que encabeza el presente y, de seguro, luego será más difícil disentir u opinar lo contrario.