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miércoles, 31 de julio de 2013

Percentil ortográfico

Hace ya varios años, por no decir algunas décadas, culminé los estudios secundarios y recuerdo de aquella época, entre otras muchas cosas, la frase “percentil ortográfico”, sobre la que, por cierto, hasta ahora no tengo claridad acerca de su significado exacto. Probablemente esto se deba a que no fui, sin lugar a dudas, el más aplicado de la clase en el curso de Matemáticas −entiéndase por esto que hasta hoy mi conocimiento matemático no supera el conocer solo las operaciones elementales de sumar, restar, multiplicar y dividir, la regla de tres simple y un conjunto de términos (logaritmos, algoritmos, ecuaciones de tercer grado, etcétera, etcétera) que hoy, pese a mis estudios de matemática superior –solo “dios” sabe cómo pude sobrevivir a la estadística, la econometría y a miles de fórmulas en la carrera de Administración−, no podría definir ni explicar correctamente; cosa que, en buen español, se traduce por algo así como, matemáticamente, soy prácticamente un cero a la izquierda. Ya está. Sin embargo, esto no resuelve, aunque sí explica, por lo menos en parte, el hecho de que no pueda entender precisamente qué significa percentil.

Intentemos entonces resolver. Matemáticamente, de acuerdo con el diccionario académico, percentil es el valor que divide un conjunto ordenado de datos estadísticos de forma que un porcentaje de tales datos sea inferior a dicho valor. ¿¿Ah?? Bueno, sigo sin entender. En otro diccionario, se dice, al respecto, que percentil es una medida estadística muy utilizada que indica un valor respecto del total de una muestra compuesta por cien partes, y que percentiles son, por tanto, cada uno de los noventa y nueve segmentos que resultan de dividir algo en cien partes de igual frecuencia. Esta última explicación, para mí, menos enrevesada tampoco permite resolver mi problema, mas sí me ayuda a hacerlo.

En resumen, entiendo que un percentil ortográfico es una prueba calificada consistente en un dictado de cien palabras, cuya finalidad es evaluar la correcta ortografía de estas por parte del alumno, en la que cada palabra bien escrita equivale al 1% de la calificación máxima satisfactoria, que se realiza, al final, mediante letras: a, b, c, d, etcétera.


jueves, 14 de abril de 2011

¿Apóstrofe o apóstrofo?


Con frecuencia, se suele atribuir a la primera el significado de la segunda. El término apóstrofe, de acuerdo con el Diccionario de la RAE, refiere la 'figura que consiste en dirigir la palabra con vehemencia en segunda persona a una o varias, presentes o ausentes, vivas o muertas, a seres abstractos o a cosas inanimadas, o en dirigírsela a sí mismo en iguales términos'.

En tal sentido, ejemplos de apóstrofes son, por ejemplo, los siguientes:
"olas gigantes que os rompéis bramando en las playas desiertas y remotas llevadme con vosotras"

y "¡oh, tristes nubes oscuras que tan recias camináis, sacadme de estas tristuras y llevadme a las hondurasde la mar a donde vais!". Apóstrofe también significa 'dicterio' (dicho denigrativo que insulta y provoca).
Entonces, la palabra que hace referencia al signo ortográfico (') para indicar la elisión (supresión) de una letra o cifra es apóstrofo.





martes, 8 de marzo de 2011

Nombres de letras


Como se sabe, algunas de las letras del alfabeto español recibían varios nombres: be, be grande, be larga o be alta en el caso de la b; uve, ve chica, corta, ve baja en el caso de la v; ve doble, doble ve, uve doble en el caso de la v; zeta, zeda, ceta, ceda en el caso de la z; etcétera. No obstante, en la nueva Ortografía se propone un único nombre para cada letra: be para b, uve para v, doble uve para w, zeta para z, y los ya señalados anteriormente para y e i.

sábado, 5 de marzo de 2011

La letra "y"


La letra y, conocida como i griega o, simplemente, ye, a partir de la fecha, de acuerdo con la nueva Ortografía, deberá llamarse solo ye, debido a su uso mayoritariamente consonántico (en posición inicial de palabra o de sílaba)* y porque, además, es el nombre mayoritario en muchos países de América Latina. Por tanto, de acuerdo con esto el nombre de la y será ye (ya no y griega), y el de la i será solo i (y ya no i latina).
* En algunos casos, puede encontrarse la grafía y con valor vocálico en algunos nombres propios de persona (antropónimos): Yrigoyen, Ynduráin, "como vestigio de la antigua ortografía castellana, en que era frecuente el empleo de y con valor de /i/ en cualquier posición".

jueves, 3 de marzo de 2011

Cambios ortográficos




En la nueva Ortografía de la Real Academia Española, se plantean diversos cambios ortográficos que, según su coordinador, Salvador Gutiérrez Ordóñez, tratan de ser coherentes con el uso de los hablantes y las reglas gramaticales. Algunos cambios referidos a la acentuación diacrítica (referida al uso de la tilde para diferenciar funciones gramaticales) son los siguientes:

1) El que opone los determinantes demostrativos este, esta, estos, estas (Ese automóvil me gusta) frente a los usos pronominales de las mismas formas (Ese no me gusta).

2) El que marcaba la voz solo en su uso adverbial (Hicieron solo esto) frente a su valor adjetivo (Vino solo). Asimismo, en los casos en que pudiese expresarse una posible ambigüedad,
dado que son muy poco frecuentes y que son fácilmente resueltos por el contexto, se acordó que se puede no tildar el adverbio solo y los pronombres demostrativos.

Por otro lado, cabe decir que, en realidad, ya desde hace varios años, la recomendación académica era escribir las voces en cuestión sin tilde, salvo en aquellos casos en los que se pudiese expresar ambigüedad o anfibología (posibilidad de doble sentido o interpretación): Dijo que ésta mañana vendrá/Dijo que esta mañana vendrá; Pasaré solo este verano/Pasaré solo este verano.

lunes, 31 de enero de 2011

Ortografía y lenguaje

Inicio el año hablando sobre el lenguaje, mi área de combate desde hace casi cerca de 90 años. Apenas observamos el lenguaje, advertimos su eficacia como instrumento de cohesión. Descubrimos su valor como consolidador de la vida civil no bien abrimos el periódico: la prensa, a través de la lengua, nos conecta con el mundo entero. Comprobamos su eficacia cuando, en el ejercicio diario, elevamos solicitudes, redactamos informes, preparamos manifiestos, protestas, adhesiones. Y lo volvemos a comprobar en el campo de la literatura, si nos entregamos sosegadamente a gozar algunas horas del ensayo, la novela o el cuento. Es decir, el lenguaje nos une a todos cuantos hablamos español, pues al oírnos y entendernos reconocemos que una vieja sangre nos respaldaba y aseguraba el perfil. Nos une, a través de infinitas traducciones, con todos los pueblos del mundo. Signo, pues, de cohesión, revela eficazmente nuestra voluntad de persistir y de comunicarnos. Por eso el primer síntoma de la soledad es la incomunicación.

Un maestro estará pensando que si no hablo de ortografía, no estoy hablando de lenguaje. Cuando decimos ortografía estamos mencionando ‘escritura correcta’. Aludimos al acierto en la acentuación, en la puntuación y en el esmerado uso de las letras-signos. Si escribimos sofa, en lugar de sofá, ciertamente no hay ortografía. Y no afirmaremos la existencia de ortografía mientras no están sustituidos los debidos acentos.

Cuántas veces nos acosan reclamándonos métodos que enseñen a adquirir ortografía. La respuesta no suele hacerse esperar: leer y leer constantemente, ejercitarse en el manejo del vocabulario. Porque para aprender a escribir con decoro las palabras debemos saber que tales palabras existen dispuestas para el uso, y conocer sus aptitudes de significación. Muchas veces la ortografía es culpable de que la gente tuerza el significado de las palabras. Vaya un ejemplo aleccionador. El diccionario nos ofrece acecho y asecho. Es decir, acecho con ‘c’ y asecho con ‘s’. Suenan igual. Lo repito: suenan igual, no hay distinción en la pronunciación de una u otra. Pero no dicen lo mismo. Acechar significa “observar, aguardar con algún propósito”. Asechar es, en cambio, “poner o armar asechanzas”. Y asechanza es “el engaño o artificio para hacer daño a otro”. O sea, acechar no aclara ni califica el propósito de quien observa; en cambio asechar anuncia el propósito de daño. Un simple cambio de letra puede, como se ve, alterar el sentido; era, por eso, cambio importante. Como estos, hay otros casos ilustrativos. Aquí tenemos acerbo y acervo.

Hay que insistir en una observación auditiva: suenan igual, de modo que nada contribuye el sonido a distinguir ni precisar el significado. Pero acerbo significa “áspero al gusto” y vale, en sentido figurado, por “cruel, riguroso, desapacible”. En cambio, acervo es “un montón de cosas menudas, como trigo, cebada, legumbres” y significa también “el haber que pertenece en común a los socios de una compañía civil o comercial”. Sería, pues, faltar el sentido y formular un disparate si escribiéramos una frase como la siguiente: “El carácter acervo de la niña era acechado por sus padres”. ¡Un disparate!

La ortografía, o sea la escritura correcta, evitará siempre que incurramos en escándalos de esta naturaleza, al tiempo que nos permitirá enriquecer nuestro vocabulario. Nuestra experiencia lingüística nos tiene acostumbrados a reaccionar con determinadas frases. Por eso no tenían sentido unos ejercicios acostumbrados en la escuela (los famosos percentiles), que eran una larga lista de palabras desvinculadas de toda asociación sintagmática. ¿Cuántas veces en la vida oral hemos usado la voz solipismo y cómo podemos asociarla a nuestra vida oral?

Leer y leer vuelve a ser el gran remedio. Necesitamos conocer el vocabulario elemental, con que nombramos cuanto nos circunda. Aprender ortografía obliga a incrementar el vocabulario. Las palabras constituyen nuestro punto de partida para la reflexión ortográfica. No hay ortografía sin vocabulario básico. Necesitamos conocer palabras y agruparlas dentro del mundo de intereses en que nos movemos.

Fuente: http://www.larepublica.pe/26-12-2010/reflexiones-sobre-la-escuela

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La h

Ajolote, espero que esto responda, al menos en parte, tu pregunta:


El principio de pronunciación y los grandes cambios fonológicos producidos en el español durante los siglos XVI y XVII
El gramático y lexicógrafo Elio Antonio de Nebrija, en la Gramática castellana (1492) y en las Reglas de Ortographía (1517), defiende una ortografía basada fundamentalmente en el principio de pronunciación argumentado por el retórico latino Marco Fabio Quintiliano: se debe escribir como se habla. A fines del siglo XVI, Juan López de Velasco propone un sistema en el que se aúnan los principios de pronunciación, uso y razón.
En el siglo XVII, en que se consuman los grandes cambios fonológicos del español, surgen importantes intentos reformistas basados en la pronunciación, y otros intentan armonizar los principios de pronunciación, uso y etimología.
Las ideas de López de Velasco y, sobre todo, de Juan de Palafox y Mendoza, autor del Breve tratado de escrivir bien y de la perfecta ortographía (1662), tienen una importante repercusión en el siglo XVIII, cuando se fija definitivamente la ortografía del español, salvo algunos pequeños cambios realizados más tarde. Entre los defensores de combinar los tres principios, destaca la Real Academia Española, cuya defensa de principios presenta el siguiente orden: pronunciación, etimología y uso.
Asimismo debe tenerse en cuenta que, durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, hay numerosos intentos de imponer un sistema ortográfico más acorde con el principio de pronunciación, pero, poco a poco, la Academia va ganando prestigio hasta imponer sus criterios. Además, el enorme peso de la Real Academia Española y el ser la escritura un hecho social profundamente condicionado por el uso y la costumbre determinan el fracaso de cualquier intento de reforma radical.


La hache, ¿“signo ortográfico ocioso”?
En el siglo XX, se producen diversos intentos por lograr una mayor simplificación de nuestro sistema ortográfico, el cual aún posee notables desajustes. Destaca en este proceso Julio Casares, alma de la última revisión importante iniciada por la Academia en 1951, que culminó con la publicación en 1958 de las Nuevas normas de prosodia y ortografía. En las Nuevas normas de prosodia y ortografía, declaradas de aplicación preceptivas desde el 1 de enero de 1959, la Academia sigue considerando que los tres principios fundamentales de la ortografía española son “[…] la pronunciación de las letras, sílabas y palabras, la etimología u origen de las voces; y el uso de los que mejor han escrito”. Al mismo tiempo dice que si “[…] la ortografía española se ha mantenido relativamente cerca de la pronunciación real […], existen diferencias entre una y otra, motivadas por la evolución fonética del idioma, por sus variantes geográficas y por la misma tradición ortográfica. Así la h, que en otro tiempo fue aspirada, carece hoy de valor fonológico y no es más que un signo ortográfico ocioso, mantenido por una tradición respetable”.


Desajustes entre el sistema de la escritura y sistema de la lengua
El sistema de la escritura representa al sistema de la lengua, y, por tanto, las letras o grafemas ―unidades mínimas e indivisibles de la escritura— de las escrituras alfabéticas sirven para reproducir los fonemas —unidades fonológicas mínimas― de sus lenguas. Ambos, grafemas y fonemas, forman grupos cerrados, limitados en número. Entonces, si bien con grafemas se transcriben los fonemas en la escritura, y a cada fonema le corresponde en la escritura una letra y solo una, de acuerdo con el principio fonético al que procura ceñirse la lengua española, debido a desajustes en el sistema, el número de fonemas y el de grafemas no siempre coinciden. Las causas de estos desajustes deben ser buscadas en la historia de la lengua: los sonidos de la lengua evolucionan y cambian, mientras que la escritura permanece más o menos fija y tarda en ajustar la representación de los nuevos sonidos, o se carece del signo adecuado (como en el caso de la historia de la ñ), o se desea mantener alguna letra como recuerdo histórico (como en el caso de muchas de nuestras haches iniciales), etcétera. Así, por ejemplo, si bien, en el español actual, la h no representa sonido alguno, hasta mediados del siglo XVII sí se pronunciaba con aspiración.


La letra h
En líneas generales, puede decirse que la h, novena letra del abecedario español, carece de correspondencia fonética, y las palabras que la tienen se pronuncian como si no existiera. Como lo señala la Academia, “no representa, en el español estándar, ningún sonido, aunque hasta mediados del siglo XVI se pronunciaba, en determinados casos, de forma parecida a como se pronuncia hoy la h aspirada inglesa”. Así, por ejemplo, prohibir se pronuncia como un diptongo: proi-bir, y no tiene sentido, pues, cuando aparece intercalada, separar la palabra en sílabas como si la h fuese otra consonante, ya que denota afectación: alhaja se pronuncia como a-la-ja.

Entonces, de acuerdo con lo dicho, se puede afirmar que la letra h no posee valor fonético en español, razón por la que, tradicionalmente, se considera una letra muda, un mero signo gráfico carente de valor fonológico, que, a veces, se utiliza en la escritura cuando se quiere representar una aspiración en el habla de alguna persona o personaje. “Esta aspiración aún se conserva como rasgo dialectal en Andalucía, Extremadura, Canarias y otras zonas de España y América. A veces, la aspiración llega casi a convertirse en el sonido velar fricativo sordo /j/, pronunciación que en algún caso tiene reflejo en la escritura; así ha ocurrido, por ejemplo, con el adjetivo jondo (‘hondo’, del lat. fundus), que se aplica al cante más genuinamente andaluz, caracterizado por su profundo sentimiento, o con el verbo jalar, variante de halar usada en varios países americanos, o con jolgorio, grafía hoy mayoritaria frente a la etimológica holgorio. En algunos extranjerismos usados corrientemente en español (tomados, por lo general, del inglés o del alemán, pero también de otras lenguas como el árabe), así como en algunos nombres propios extranjeros y sus derivados, la h se pronuncia también aspirada o con sonido cercano al de /j/: hámster, holding, hachís, Hawai (hawaiano), Hegel (hegeliano), etc.”. En la ortografía antigua no se empleaba, por lo que en textos de épocas pasadas no es extraño encontrar escrito ombre, onor, eredero, etcétera, que tenían H en latín. No obstante, después se volvió a utilizar la letra por imitación latina, y se sigue manteniendo todavía hoy es por recuerdo de la historia de la lengua.


Casos y cosas
Se escriben con h las palabras que la tenían en latín, como habitación, heredar, hernia, hispánico, hombre, horrible, etcétera, si bien algunas se escriben sin h a pesar de tenerla en latín, como aborrecer (abhorrere) e invierno (hibernu), entre otras.
Poseen una h inicial voces que en latín tenían una F-, como hacer, harina, herir, hijo, etcétera; lo que no significa que en español tengan h todas las palabras que tenían F- en latín, pues se conservó en algunas por diversos motivos, como en fama, fe, fiera, flor, fosa, fuego, fuga, etcétera.
También se escriben con h- las palabras que tenían en latín otra consonante inicial y que desapareció por cambios fonéticos, como helar (gelare), entre otras.

Existen palabras procedentes de otras lenguas en las que se emplea la h como señal de una aspiración originaria, como las voces que tenían aspiración fuerte en griego (hagiografía, halo, hecatombe, hedonismo, heleno, hematoma, hemisferio, hierático, historia, horóscopo, hipérbole, etcétera), o las que tenían aspiración en árabe (alhaja, halago, harén, hasta, hégira, etcétera) o hebreo (hitita, hosanna, etcétera).

Se escribe h en palabras que comienzan por el diptongo ue, aunque no hubiera consonante en latín, como en hueco, huérfano, hueso y huevo.

Igualmente, tienen h inicial las palabras que comienzan por los diptongos ia, ie y ui: hiato, hiedra, hiel, hiel, hiena, hierático, hierba, hierro, huir, etcétera. De esta manera, en las palabras que contienen los diptongos /ua/, /ue/, /ui/ en posición inicial o en posición interior a comienzo de sílaba, y que se escriben con h antepuesta (hua-, hue-, hui-), se suele pronunciar ante el diptongo un leve sonido consonántico cercano a una /g/: [guéso, guébo, pariguéla, desguésar] por hueso, huevo, parihuela, deshuesar. Esta pronunciación ha quedado, a veces, fijada en la escritura, y así, algunas palabras que comienzan por hua-, hue- o hui- pueden escribirse también con gua-, güe- y güi-, como huaca, huemul o huipil, escritas también guaca, güemul, güipil.

El grupo hi en posición inicial de palabra seguido de una e tónica se pronuncia normalmente como el sonido palatal sonoro /y/, salvo detrás de pausa o de palabra que termina en vocal, en que la pronunciación oscila entre [ié] y [yé]; así, es normal que palabras como hierro, hielo, hierba, hiedra se pronuncien [yérro, yélo, yérba, yédra]. También esta pronunciación se ha fijado en algún caso en la escritura, como ha ocurrido en hiedra y hierba, y en algunos derivados de esta última, que pueden escribirse también yedra, yerba, yerbajo, etcétera. Solo es posible escribir con y- estas dos palabras y sus derivados, mas no las demás que comienzan por hie-, ya que solo esas dos comenzaban en latín por H seguida de Ĕ, que diptongó en ie al pasar del latín al español. En el Río de la Plata, las formas hierba y yerba no son simples variantes gráficas, sino que denotan cosas distintas: mientras que hierba designa cualquier planta pequeña de tallo tierno, yerba designa solo la que se emplea para preparar el mate.

Se escriben con h todas las formas de los verbos haber y hacer.

Tienen h algunas interjecciones, como ¡ah!, ¡eh!, ¡oh!, etcétera.

En la actualidad, son muchas las palabras más o menos técnicas que se escriben con h-, ya que no son pocos los prefijos de origen culto que se emplean para la formación de esas voces: hagiografía, halógeno, hectómetro, heliocéntrico, hemiciclo, hepatitis, heptasílabo, heterónimo, hexágono, hidroavión, hipermetropía, hipnotismo, hipónimo, hipopótamo, histología, holografía, homónimo, etcétera.

El mantenimiento de la h en la escritura vale, también, para distinguir algunos homófonos: a/ha, alada/halada, atajo/hatajo, ojear/hojear, ola/hola, onda/honda, orca/horca, uno/huno, uso/huso, etcétera.

Pregunta de rigor
Entonces, ¿puede decirse que la h es muda, pero no cojuda, tal como amenamente lo sugirió una voz y espíritu amigo?